Teletrabajo.
Nada nuevo bajo el sol
Ultimamente mucho se está
hablando en estos días sobre el futuro de nuestro país y del mundo luego de la
pandemia que nos azota. No pretendemos hacer predicciones, sino un aporte a un
debate recién iniciado sobre algunas prácticas sociales que, en múltiples
aspectos de la vida, parecen haber cambiado sin retorno posible.
Debemos advertir a los lectores que
no escapa a nuestra intención plantear algunos interrogantes sobre ciertos
aspectos oscuros o no evidentes de un fenómeno que según muchos y también a
nuestro entender llegó para quedarse. Obviamente nos referimos al teletrabajo.
Ya hace muchos años que se ha
instalado la temática de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones
(TICs), no puede negarse que la implementaciónde plataformas digitales como la de
Gestión Documental Electrónica (GDE) en la Administración Pública y otras
similares en ámbitos privados, además del desarrollo de programas y
herramientas que en los últimos tiempos masificaron las reuniones virtuales de
múltiples participantes, han provocado un cambio cualitativo en el uso de las
TICs.
En
este escenario, el trabajo a distancia es visto como una forma eficaz de hacer
frente al aislamiento social que estamos viviendo. Y en efecto lo es. En el sector público, al cual
pertenecemos, muchos trabajadores continuamos desarrollando nuestras tareas
habituales desde nuestros hogares a través de Internet. Desde luego que la gran
heterogeneidad del Estado hace que no todos los organismos puedan funcionar
normalmente y por supuesto, no todas las
tareas pueden hacerse a distancia. Pero
a pesar de esto, la utilidad de las nuevas herramientas es innegable.
Es
por esto que muchos pueden preguntarse sinceramente, ¿por qué no continuar con
esta modalidad cuando pase la pandemia? Después de todo, como vimos
previamente, con las nuevas tecnologías no siempre es necesaria la presencia
física en el lugar de trabajo. Además, los trabajadores pueden realizar su
trabajo desde la comodidad de su casa, ahorrando tiempo y dinero para
movilizarse, descongestionando el transporte público y ayudando al medio
ambiente. Parece ideal ¿o no?
Pero antes de adentrarnos a analizar en
detalle el teletrabajo, queremos hacer un poco de historia. Quizá llevar trabajo a casa para
realizarlo a distancia como nueva modalidad laboral, no sea tan nuevo como
parece.
En efecto, hay un interesante antecedente histórico del trabajo a
distancia, que data de la Inglaterra pre industrial. Entonces se lo llamó “industria a domicilio” y consistía básicamente en la elaboración artesanal de prendas de
vestir. La forma en la que se presentaba era relativamente similar a la actual.
Trabajar desde la comodidad del hogar, y permitir a los campesinos obtener un
ingreso extra. Pero ¿cuál era el verdadero objetivo del mismo?
En esa época en Inglaterra,
y también en Francia y Holanda estaban creciendo e iba tomando fuerza una burguesía
urbana que sentaría las bases del capitalismo. En estas urbes (o burgos) la
producción manufacturera estaba regulada y controlada por diversos gremios
de artesanos. Estos determinaban las condiciones de producción, como
limitar la jornada laboral, además de controlar la cantidad y calidad de las
mercancías y esto obviamente influía en el precio final de las mismas.
Es justamente para evadir estos controles que algunos mercaderes
implementaron la industria a domicilio y llevaron la producción de la ciudad al
campo. Con este cambio fueron ellos quienes pasaron a tener el control de todos
los aspectos de la producción.
En todos los casos,
aquellos que realizaban esas tareas no lo hacían por considerarlo una nueva
forma artesanal de trabajo del que se hubieran apropiado culturalmente. Por el
contrario. “Los campesinos que
recurrían a este ingreso extra lo hacían generalmente porque su actividad rural
no les permitía la supervivencia de su familia. Los impuestos que debía pagar
al señor local, al rey y a la iglesia, lo dejaban en una situación de miseria.
Por lo tanto, la industria a domicilio les permitía completar sus necesidades
de subsistencia”.(1)
Esta vez, como otra tantas en la historia,
no era la ambición lo que los llevaba a trabajar más, sino la necesidad de
sobrevivir en condiciones materiales que cada vez menos se encontraban bajo su
control.
Basta con considerar que
la duración de la jornada laboral no se encontraba limitada, tampoco el tiempo
de trabajo determinaba el pago, ya que se pagaba por la cantidad de prendas
producidas (o salario a destajo). De más está decir que esta cantidad a producir
la establecía el mercader, y que como en muchas ocasiones esta cuota era
imposible de cumplir, obligaba a trabajar a todo el grupo familiar, incluyendo
a los niños.
En síntesis, lo que
logró la industria a domicilio fue más ganancia para los dueños de los medios
de producción, más explotación para los trabajadores, y más poder para la nueva
burguesía en formación en detrimento de las incipientes organizaciones
gremiales.
Esta modalidad y las
relaciones sociales que la posibilitaron llegaría a su fin con la masificación
de la máquina de vapor que daría inicio, a mediados del siglo XVIII, a la
Primera Revolución Industrial. Entre sus consecuencias, además de los
cambios introducidos en la forma de producción, se generaría una masiva
migración de estas masas campesinas pauperizadas a los grandes centros urbanos
en busca de su subsistencia. Esto generaría relaciones completamente
desconocidas hasta entonces entre los propietarios y los trabajadores, pero
también entre los trabajadores entre sí y con los objetos producidos.
En
este punto conviene recordar que estos cambios no se inscribieron en una
sociedad expectante, homogénea y pasiva. Por el contrario, los cambios
tecnológicos suelen levantar reacciones en las sociedades en que se introducen.
La tecnología no es neutral y el uso que de ella se realice afecta intereses
preexistentes cristalizados en relaciones sociales que dan forma a las
sociedades en forma dinámica.
La radicalidad de los
cambios introducidos por esta Primera Revolución Industrial no fue la excepción
y produjo reacciones diversas en diferentes grupos sociales.
En
general fue percibida como algo sumamente positivo, y de hecho, hay sobrados
argumentos para hacer esta afirmación. Multiplicó enormemente el desarrollo de las
fuerzas productivas y convirtió a Gran Bretaña en la indiscutida potencia
dominante. En efecto, la gran cantidad de mercaderías producidas, hacía
necesario conseguir nuevos mercados que compraran este excedente, con el
consiguiente flujo continuo de dinero desde las colonias hacia la metrópoli, como
también garantizarse un suministro constante de materias primas. Pero no vamos a extendernos en esto porque no es el objeto de este
trabajo y resulta ampliamente conocido.
Sin perjuicio de lo acotado de nuestra
referencia histórica, queremos remarcar sin embargo que no todas las reacciones
sociales fueron positivas ante esta nueva tecnología y su aplicación en la
producción. En especial queremos
hacer una mención del movimiento llamado Ludismo. En esencia fue un
movimiento que se opuso radicalmente a la maquinización de la producción. Tomó su nombre como homenaje a un dudoso
personaje histórico llamado Ned Ludd.
Sus sostenedores realizaron, entre los años 1811 a 1816, protestas violentas y diversas
acciones de sabotaje en varias ciudades de Inglaterra destruyendo maquinaria
industrial, a las que consideraban una amenaza por su capacidad para eliminar
puestos de trabajo.
Lo que queremos destacar
de este ejemplo no es el movimiento en sí, ya que fue sumamente minoritario y
finalmente disuelto sin haber logrado sus objetivos. Pero lo que sí es
importante es la lección histórica que nos dejó su derrota, y es que todo
intento de oponerse a los cambios tecnológicos está irremediablemente condenado
al fracaso.
Esto nos trae nuevamente
al presente y al tema de nuestro interés “el teletrabajo”.
Ya hemos
reseñado escuetamente los supuestos beneficios del mismo. Sobre estos y otros
aspectos nos gustaría reflexionar a continuación. No vamos a abordar las
consecuencias psicológicas y conductuales que genera el teletrabajo, no por
creerlas menos importantes, sino porque no es nuestra especialidad profesional.
Existe mucha y variada información en la web y los expertos en dichas áreas
comparten usualmente valiosos artículos sobre el tema.
Queremos en esta ocasión
hacer hincapié en algunas cuestiones del teletrabajo que podemos considerar
disruptivos del marco en que habitualmente nos reconocemos como trabajadores.
En
primer lugar, uno de los cambios más tempranamente advertidos es la modificación de la
duración de la jornada laboral. El trabajador está disponible todo el tiempo, o
como se dice ahora, hiperconectado. Las
demandas de su empleador no se circunscriben con límites claros al tiempo en
que el trabajador se encuentra produciendo, y el límite entre la vida laboral y
personal se desdibuja.Es necesario
recordar que la limitación de la jornada laboral es un logro por el que el
movimiento obrero ha pagado un costo muy alto luego de años de lucha, y sobre
todo, con la sangre de compañeros que dieron su vida para conquistar la jornada
de ocho horas y el descanso dominical. No hay que tomar a la ligera algo tan
importante como esto.
La dimensión colectiva a
que hace referencia en el párrafo anterior nos alerta sobre otro aspecto
disruptivo: el teletrabajo facilita el individualismo en
detrimento de los aspectos colectivos del quehacer de los trabajadores. Se trata recordando al sociólogo francés Robert Castel, de una
“individualidad negativa”. Esta definición la utiliza para oponerse al discurso
tradicional de la derecha en el cual pretende mostrarse como los defensores del
individuo en contra de las políticas masificadoras de la izquierda o del
populismo. Según
el autor, el individualismo que defiende el neo liberalismo, no se basa en la
exaltación de las virtudes personales y de la libertad, sino en la destrucción
de redes sociales. Es este
individualismo y sus aspectos negativos lo que Castel rechaza. A esto opone lo
que denomina “individualidad positiva” la cual refiere a que como seres sociales que somos solo
podemos desarrollarnos plenamente como individuos a través de nuestra
pertenencia a colectivos.
Las condiciones materiales del
teletrabajo tal como lo conocemos hoy, representan una amenaza potencial a la
autopercepción de cada trabajador como integrante de un colectivo mayor en el
cual se construye la conciencia colectiva y se constituyen las organizaciones
de los trabajadores. Se trata de
aquel espacio en que los trabajadores luchan por derechos que exceden el plano
individual de su situación particular (aunque la engloba) para alcanzar un
estatus genérico, que garantiza sus condiciones laborales en tanto integrante
de la clase obrera estableciendo límites mínimos e irrenunciables de
protección.
No es intención de este
trabajo plantear una oposición sin más a la implementación del teletrabajo,
correríamos quizás un destino de derrota como luddistas tecnológicos. Sin embargo nuestra propuesta rechaza desde el inicio una adopción
acrítica de esta modalidad laboral.
Por eso, y para
contextualizar temporalmente el tema del teletrabajo, el problema que
percibimos no se plantea claramente en el presente de aislamiento obligatorio,
sino a futuro. En el presente, el teletrabajo es una herramienta muy valiosa
que permite que en medio de una pandemia sin precedentes, muchos trabajadores
ya sean en los ámbitos públicos o privados puedan seguir desarrollando sus
actividades con relativa normalidad.
Pero entendemos
necesario advertir la amenaza potencial que esta modalidad laboral puede
implicar en términos de flexibilización laboral, encubierta por el halo del
avance tecnológico, estrategia de simulación no ajena al neo liberalismo.
En este sentido, nuestra reflexión crítica puede guiarnos en la
elaboración de respuestas a los desafíos descriptos.
¿Qué hacer entonces ante el teletrabajo?
Creemos que un buen comienzo es aprender de las lecciones de la historia.
·
La realización de trabajo a
domicilio, o a distancia, no es una modalidad tan nueva como parece. Más allá de las grandes diferencias entre épocas y de las relaciones
sociales involucradas, el caso analizado en la Europa pre-revolución industrial
nos muestra que, su resultado fue mayor explotación para los
trabajadores, precisamente por las condiciones que le fueron impuestas para
desarrollarlo.
·
También
podemos rescatar de la fracasada experiencia Luddista que es inútil y
retrógrado oponerse a los cambios tecnológicos por sí mismos. Es fundamental
comprender que ellos son un medio útil para lograr determinados fines, pero
nunca un fin en sí mismo, y que no es la tecnología sino las condiciones
de su empleo las que generan las relaciones sociales de trabajo.
·
En relación
con ello, la historicidad como característica de la cultura nos permite
entender que lo que es útil para un contexto determinado, puede
resultar inconveniente o perjudicial en otro momento dependiendo de las
posiciones de poder de los actores sociales y las relaciones que ellos tejen.
·
Va a ser
“militado” abiertamente por ciertos grupos económicos y fuerzas políticas
afines a estos, como una nueva forma eficiente, confortable, y
ecológica de trabajar. Y cualquier objeción al mismo va a ser criticado por sus
medios de comunicación, como una resistencia retrógrada de parte de
sindicalistas o políticos de nuestro espacio que no aceptan el progreso
tecnológico.
Ahora entonces, podemos esbozar algunas reflexiones finales prospectivas.
Las nuevas condiciones de
labor que puede implicar la generalización del teletrabajo nos llevan a
enfatizar los aspectos colectivos del trabajo y a insistir en la necesidad de
una reflexión crítica sobre las relaciones sociales que le dan marco.
Por esto, entendemos que hay que debatir ampliamente entre todos los
actores sociales involucrados, las repercusiones que pueden tener en el
conjunto de la sociedad los cambios tecnológicos que están ocurriendo en este
plano.
Somos realistas y
sabemos que este no es un debate puramente teórico e intelectual, sino que hay
grandes intereses económicos en juego. En ese marco se torna indispensable
considerar el rol primordial de las organizaciones representativas de los
trabajadores y sus instituciones. Es decir, el movimiento obrero organizado.
Consideramos que es nuestra
obligación tomar la iniciativa y ser protagonistas planteando activa y abiertamente
el debate que tarde o temprano llegará. Es
importante contrapesar el poder de los grandes grupos económicos que hace
tiempo buscan implementar una reforma laboral en contra de los intereses de los
trabajadores, y hay que ser conscientes que estos cambios imprevistos pueden
ser plenamente funcionales a sus intereses.
Para eso es
indispensable la búsqueda de un equilibrio del poder entre Estado, capital y
trabajo. Un Estado fuerte, independiente y dinámico es fundamental para mediar
en la siempre e inevitable contraposición de intereses entre el capital y el
trabajo. El capital intentará maximizar sus
ganancias, en tanto las
organizaciones colectivas de los trabajadores pondrán freno a su avance
mediante el establecimiento y defensa de los derechos laborales.
Por eso, un poderoso movimiento
obrero organizado y un Estado protagonista, unidos por un proyecto en común constituyen
la mejor garantía para el equilibrio de intereses y la búsqueda del bien común.
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